domingo, 3 de mayo de 2015

Colectivos en Ovalle y lecciones de sentido común.

Era bastante tarde. Me quedé entre cervecitas y poemas y discusiones con un par de amigas en El Quijote. Terminada la “Chela poética” un evento literario muy entretenido, mis amigas me fueron a dejar al paradero y ¡Milagro! Encontré colectivo a la Bicentenario. Ya lo “ubicaba”. Un colectivero con mal gusto musical, que suele invadir a los pasajeros a punta de misógino reggaetón, pero yendo a Vista Bella se siente una vulnerada y desarmada para pedir cosas como que bajen el volumen o cambien una música francamente ofensiva. Ir a la Vista Bella es hoy por hoy, casi mendigar por llegar allí, esperar un sujeto con “buena voluntad”, sin que nadie se responsabilice de ello.

Sucede que sólo tenía $10.000. No había más en mi billetera. Asumiendo que pasado la medianoche los colectivos tienen cambio, no me preocupé. El sujeto que conducía me dijo que no tenía vuelto. Yo me disculpé, diciéndole que asumía que por la hora no habría problema con el billete. El tipo aceleró bastante por Benavente y me dejó frente a la Botillería Julín “Aquí la dejo para que cambie”. Pensé que me dejaría cambiar para pagarle y me esperaría un minuto. Ni por un segundo se me pasó por la cabeza que ocurriría lo que ocurrió. El tipo arrancó a una velocidad de carrera y me dejó sola, a las 2:30 de la madrugada. Una actuación llena de sentido común y solidaridad digna de la que suele lucir el país para la Teletón. No tardé más de 30 segundos en cambiar y no dejo de pensar que no habría retrasado a ese “señor” más de ese tiempo. Hasta los borrachitos aglutinados a la puerta de la Botillería se condolieron más por mi que un sujeto que se supone que estaba “en pleno uso de sus facultades”.

Me devolví caminando por Benavente, sin atreverme a llamar un taxi para no quedarme allí esperando y prolongando mi situación de inseguridad. Cuando ya casi llegaba a Tocopilla, me encontré con un egresado del sistema penal de Ovalle con el que trabajé cuando me desempeñaba en el CDP, ejecutando el proyecto de prevención de Reincidencia Delictual. Omitiré su nombre porque no hay nada que quiera menos que perjudicarlo. Había rehecho su vida, le estaba yendo bien, esperaba que le entregaran una pizza o algo así. Sin tardanza se ofreció a traerme y me trajo a casa. Por supuesto no me cobró un peso. Conversamos sobre su actual trabajo y el mío, nos comentamos “las noticias” de casi 13 años. Sus modos no habían cambiado: Siempre cordial, respetuoso, solidario, correcto.

Toda una lección.