Por cada vez que te dijeron que atendieras a tus hermanos,
no porque ellos estuvieran ocupados, sino porque tú eras “una mujercita”.
Por las veces que cada hombre se negó a una vasectomía y que
ella tuvo que pedir que le ligaran las
trompas, para que además “el
profesional” decidiera que ella debía seguir arriesgándose a tener hijos que no
deseaba.
Por las mujeres obligadas a parir al fruto de violaciones y
criarles y verles crecer y reflejar la cara de su agresor y debatirse entre la
compasión y la repulsión.
Por las mujeres que, teniendo mejor preparación, no fueron
ascendidas frente a hombres menos preparados. Por las mujeres a las que preguntaron, antes de contratar,
cuántos hijos tenían o si tenían novio, mientras a ellos les preguntaron sólo
cuáles eran sus objetivos.
Por las grandes obras de mujeres firmadas con su pseudónimo
más conocido: Anónimo. Por las grandes científicas que no conocemos.
Por los sueños que dejaste de lado entre platos sucios,
traperos, y lavadoras. Por los sueños que tu madre dejó pasar entre esas mismas
cosas. Por todas las mujeres cuyas vidas les fueron arrebatadas por
no quedarse en su sitio.
Porque aquello que amar
a la familia compensa todo nuestro trabajo gratuito y nuestra autorenuncia es
una de las grandes mentiras de la historia.
Por todas las veces que escuchaste que el mejor trabajo de
una mujer es ser madre y por todas las madres a las que nadie valoró su trabajo.
Porque no hay un monumento a la Señora Carmen, por sacar a
esos cinco hijos de la pobreza cuando su marido tuvo a bien abandonarla y
desaparecer del mapa.
Por tus hijas o por las hijas de las demás, o por las hijas
de tus hijos, por las hijas de este planeta.
Porque el mundo lleva demasiado tiempo moviéndose a nuestra
costa y jugando a que no existimos.
Y
porque nunca un cambio se consiguió por
la buena voluntad de quienes sintieron que peligraban sus privilegios con el
respeto de los derechos de otros y menos de OTRAS.
Por todo eso.
El 8 de marzo PARA. Y
mira lo que ocurre.
Artículo Ovalle Hoy