Reconocerse
reubicarse
pillar el hilo que
nos lleve al vestigio
de lo que pudimos
rozar con los ojos
el pómulo, la
barbilla
o un antiguo pliegue en
el vientre
porque aunque lo
hayamos maldecido
toda la adolescencia
y juventud
es lo que queda de
nosotras.
Llega (y a veces
llaga) un minuto
en que no podemos
soslayar
la abrumadora
necesidad de tirar del cabo
de la vieja imagen
y traerla al presente
ponerla bajo las
líneas de expresión
(promesas concretas
de las arrugas próximas)
y contemplarla
sin atisbo de vanidad
frustrada;
para saber que somos
la misma
y nos pertenecemos
y para constatarnos
nos cogemos un dedo,
dos, la mano
nos abrazamos en la
oscuridad
sabiendo que allí, en
el fondo,
seguimos vivas
observándonos desde
la vuelta
de la esquina de la
nostalgia
por el viejo arrojo,
por la capacidad de
volar a placer.
Así articulamos
lentamente
palabras
sabiendo que una de
ellas
una frase, una
melodía
un encuentro inusualmente sumergido
puede traernos de
regreso.